CAUSAS DE LA GUERRA DE ESPAÑA
MANUEL AZAÑA

Biblioteca de la República, 2011

Portada del Libro

Aquí en España, por muchos seguidores de la izquierda, sigue habiendo un encantamiento con la República Española, asesinada en los muros de los blancos cementerios y enterrada junto a las cunetas, y en ellas siguen muchísimos españoles, esperando. Se quiere construir un nuevo país sobre esta hermosa tierra olvidándose que bajo ella siguen presentes las sombras de la barbarie de una de sus más terribles épocas. Construir sobre esta tierra sin sacar antes a sus muertos es lo que hicieron en la película Poltergeist así que lo tenga presente el que tenga ideado construirse una piscina.

En las manifestaciones se enarbolan muchas banderas tricolores. No es que no esté de acuerdo, al contrario, pero pienso que se le da demasiada importancia a los nombres o a los colores. Parecen creer que instaurando una tercera república se acabarían con los problemas sin tener en cuenta la cantidad de países republicanos que hay en este mundo, y que destrozan día a día los derechos humanos de sus ciudadanos. Y por supuesto que estoy de acuerdo en que esto de la Monarquía, con sus reyes y princesas deberían quedarse para los cuentos, por eso, porque ya está bien de tanto cuento.

La Segunda República Española tuvo tres fases, la segunda de las cuales fue administrada por un Parlamento de derechas y que aparte de echar abajo las conquistas de la primera fase, sofocó severamente la insurrección proletaria de Asturias en 1934, que según algunos autores causó unas 2000 víctimas, o suprimió la autonomía de Cataluña y encarceló a treinta mil personas. Relata Blas Infante con mucho arte, en La Verdad Sobre el Complot de Tablada, que un obrero le comentaba "A mi me da igual que un guardia civil me pegue un tiro en nombre de la Monarquía que de la República".

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EXTRACTOS DEL LIBRO
Terminado de leer el 18 de mayo de 2016.

Desde julio del 36, la propaganda, arma de guerra equivalente a los gases tóxicos, hizo saber al mundo que el alzamiento militar tenía por objeto: reprimir la anarquía, salir al paso a una inminente revolución comunista y librar a España del dominio de Moscú, defender la civilización cristiana en el occidente de Europa, restaurar la religión perseguida, consolidar la unidad nacional... Sería erróneo representarse el movimiento de julio del 36 como una resolución desesperada que una parte del país adoptó ante un riesgo inminente. Los complots contra la República son casi coetáneos de la instauración del régimen. El más notable salió a la luz el 10 de agosto de 1932, con la sublevación de la guarnición de Sevilla y parte de la de Madrid. Detrás estaban, aunque en la sombra, las mismas fuerzas sociales y políticas que han preparado y sostenido el movimiento de julio del 36. Pero en aquella fecha no se había puesto en circulación el slogan del peligro comunista. (págs. 9-10)

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La sociedad española ofrecía los contrastes más violentos. En ciertos núcleos urbanos, un nivel de vida alto, adaptado a todos los usos de la civilización contemporánea, y a los pocos kilómetros, aldeas que parecen detenidas en el siglo XV. Casi a la vista de los palaciós de Madrid, los albergues miserables de la montaña... Provincias del noroeste donde la tierra está desmenuzada en pedacitos que no bastan a mantener al cultivador; provincias del sur y del oeste donde el propietario de 14.000 hectáreas detenta en una sola mano todo el territorio de un pueblo. (pág. 11)

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Las reformas sociales, por moderadas que fuesen, irritaban a los capitalistas. Las realizaciones principales de la República (reforma agraria, separación de la Iglesia y el Estado, ley de divorcio, autonomía de Cataluña, disminución de la oficialidad en el ejército, etcétera), suscitaron, como es normal, gran oposición. También fue rudamente combatida la fundación de millares de escuelas y de un centenar de establecimientos de segunda enseñanza, porque la instrucción era neutra en lo religioso. (pág. 16)

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Los republicanos de izquierda y los socialistas fueron derrotados. Un parlamento de derechas deshizo cuanto pudo de la obra de la República. Derogó la reforma agraria, amnistió y repuso en sus mandos a los militares sublevados el 10 de agosto de 1932, restableció en los campos los jornales de hambre, persiguió a todo lo que significaba republicanismo... amenazas de un golpe de Estado, dado desde el poder por las derechas, y amenazas de insurrección de las masas proletarias. Huelga de campesinos en mayo del 34... insurrección proletaria en Asturias... represión atroz, suprimió la autonomía de Cataluña y metió en la cárcel a treinta mil personas. (págs. 17-18)

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Nunca ha habido un pacto político, para el presente ni para el futuro, entre los gobiernos de la República y el de Moscú. La posición internacional de España, en el caso de haber subsistido la República, no habría variado esencialmente respecto de lo que venía siendo antes de la guerra. (pág. 32)

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Como el derecho internacional estaba enteramente de parte de la República, la Sociedad de Naciones enmudeció cuanto pudo. ... Pareció que la Sociedad iba a ser el amparo de los débiles. Se había convertido en una tertulia de amedrentados... Si en lugar de docena y media de barcos, de escaso poder, hubiera tenido en el Mediterráneo ocho grandes acorazados, el derecho de España habría brillado en Ginebra con la fuerza de nuestro sol meridional... Hacerse oír de la Sociedad de Naciones requiere ser poderoso, estar preparado para la guerra y dispuesto cada uno a definirse a sí mismo el derecho, con resolución de aplicarlo. La República era débil. (pág. 51)

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La amenaza más fuerte era sin duda el alzamiento militar, pero su fuerza principal venía, por el momento, de que las masas demandadas dejaban inerme al gobierno frente a los enemigos de la República. Reducir aquellas masas a la disciplina, hacerlas entrar en una organización militar del estado, con mandos dependientes del gobierno, para sostener la guerra conforme a los planes de un Estado Mayor, ha constituido el problema capital de la República. (pág. 55)

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... alistamiento y otras medidas del gobierno encaminadas a formar un ejército regular, eran mal recibidas por los sindicatos y por algunos partidos obreros. En uno de sus periódicos se hizo campaña contra el propósito de organizar un ejército, que sería "el ejército de la contrarrevolución". Millares y millares de combatientes voluntarios prefirieron alistarse en las milicias populares, organizadas espontáneamente por los sindicatos y los partidos. Hubo batallones y brigadas republicanos, socialistas, comunistas, de la CNT, de la UGT, de la FAI, etcétera, e incluso unidades formadas por obreros de un mismo oficio. Sin conexión unas y otras, sin jefes superiores comunes, sin plan, acudiendo cada una a la guerra alegremente, con mandos improvisados por los mismos milicianos, y con objetivos políticos y estratégicos de su propia invención. Nadie estaba sujeto a la disciplina militar. (pág. 57)

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No había fusibles para todos. Nunca los ha habido, ni a los dos años de guerra... Muy pocas ametralladoras. Algunas piezas de artillería en campaña. Municiones, escasísimas. La fábrica de Murcia y la de Toledo producían menos de una tonelada de pólvora y de trescientos mil cartuchos de fusil cada 24 horas... En cierta ocasión, todas las existencias de que pudo disponer el Ministerio de la Guerra alcanzaban a doce cajas de cartuchos... Las columnas se disputaban las municiones. De Oviedo, de Barcelona, de Córdoba, llegaban clamores desesperados. (pág. 58)

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La escasez, el hambre, eran el suplicio cotidiano, mucho más terrible que los bombardeos de aviación, cuyo poder desmoralizante es pequeño, comparado con los estragos que causan. (pág. 118)

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